El festival volvió a acogernos en sus pechos. Cómo no, el pabellón de Galicia nos agasajó, esta vez con una botella de albariño (uno piensa que al final casi ha pagado menos de lo que ha dejado de pagar y no por nuestras dotes de esquivadores, no).
Y la Isla de Man nos premió con el descubrimiento del viaje, unos chicos geniales llamados Barrule [bagúl].
Un sonido espectacular de violín, acordeón y batzoki con un recuerdo a Berrogüeto, lo que es mucho decir. Ya daremos cuenta de ellos en la próxima entrada.
Como no podía ser de otra forma, nos dejamos caer por la sala Carnot para el fest-noz (iba a decir nocturno, pero es mucho reiterar), con cientos de bretones haciendo así con los meñiques en grandes círculos. Están locos estos bretones.
La noche sólo podía acabar en el pub irlandés Galway Inn (sito en la Rue de Belgique, por si se lo preguntan). Allí estaba el grupo habitual de parroquianos, con sus violines, flautas, banjos, guitarras y voces.
Indagando (o sea, leyendo el cartel de la entrada) descubrimos que el del banjo es un ex componente de The Pogues (¿mandeeee?, dirán algunos; ¡ayvalostia!, dirán otros). Cosas que tiene la vida. Pegamos la hebra con un parroquiano de los que ya estaban puestos cuando construyeron el pub hace mil años, descubrimos curiosidades varias con las que no les vamos a cansar (básicamente porque no las apunté y ya se sabe...).
Un pis y a la cama, que ya son más de las 3.
Por cierto, ese día, cómo no, añadimos a nuestro bagaje el anuncio de otros dos circos más. Bretaña, país de payasos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario